Carmen, se acercó a FUNDAMIND porque una vecina la vio tan mal que la invitó a los talleres sociales de FUNDAMIND. Se sentía muy golpeada por muchas circunstancias y muy mal anímicamente, pero –sobre llovido mojado- se enteró que un familiar tenía el VIH. Se decía a sí misma que ¨no podía ser¨. Que esa persona no se lo merecía. Y además e preguntaba “¿Cómo siendo tan inteligente le viene a pasar esto?”
No dudo en ayudar a esa persona y decía que lo seguiría haciendo mientras siga viva. Pero después de hacer lo que podía por ella, permanecía prácticamente encerrada, estaba absolutamente deprimida y por lo tanto no hacía – por ella- nada más que lo indispensable para vivir.
La tarde que participó del primer taller, nos relató que sintió algo especial, como una energía que podía cambiar su vida. Al irse del taller les dijo a sus compañeras, Gracias chicas, vine re-mal y me voy riendo.
Cada taller en el que participaba nos decía que le ¨iba poniendo pilas. Fuë descubriendo que tenía recursos que no aprovechaba. Por ejemplo: estaba en edad de jubilarse y no tramitaba la jubilación, debía expensas y no hacía nada para ver cómo podía obtener algún ingreso para ganar dinero. Le dolía mucho la cintura y se decía a sí misma que con ese dolor y su edad no podía trabajar. En los talleres escuchaba a otras mujeres –en situaciones límites- y se maravillaba ver cómo llevaban su vida, como aprovechaban cualquier circunstancia para festejar, cómo lloraban y se reciclaban en minutos, cómo trabajaban de lo que sea y pagaban sus alquileres, cómo tomaban a sus criaturas de la mano y se despedían con alegría hasta la próxima semana. En un momento se preguntó ¨qué hacía ahí, sólo escuchando y mirando….¨ Se animó y se ofreció como voluntaria para ver si era capaz de ayudar a alguien que no fuera de su familia.
FUNDAMIND le hizo un lugarcito.
Comenzó a trabajar en lo más sencillo: atendía la puerta y ayudaba en el ingreso de los niños al jardín. Frente a la urgencia cotidiana fue reaccionando: había que barrer, mover un paquete, acompañar un niño, colaborar con los docentes, ayudar en la cocina, repartir alimentos y ropa, escuchar a alguien que llegaba desesperado. Al recibir visitas del extranjero practicó su inglés y pudo comunicarse perfectamente. Descubrió que podía hacer todo eso y ni se lo había imaginado.
Luego participó de la escuela taller de costura. Reforzó algunos conocimientos y aprendió moldería, corte y bordado a máquina. Entonces hizó sábanas, cortinas, disfraces infantiles, forros de colchonetas.
Hasta que un día, por ausencia de una docente, le propusimos ayudar en la salita de 3. Y lo hizo con mucho esmero, compromiso e idoneidad.
Ah……y también pudo jubilarse, pago sus deudas y con la costura tuvo ingresos suficientes para vivir sencillamente.
Pero, en todo este tiempo, lo más importante que aprendió es a ayudar, a dar todo lo que uno tiene por el otro y a valorar a cada persona, por lo que es. Aprendió a tratar a una persona que vive con el vih, como a uno más, como así también que el tener el virus no se relaciona ni con merecimiento ni con el nivel de inteligencia de las personas. Por lo que dejó de hacerse preguntas sin sentido, y comenzó a mirar para adelante y valorar la vida.