Rosa nació en Perú y a los 18 vino a Buenos Aires, con el proyecto de estudiar enfermería. Aceptó trabajar en una casa de familia con cama, porque era su única posibilidad para radicarse en esta ciudad. No conocía a nadie, y trabajaba de lunes a lunes.
Cuando tomó un poco de confianza en el medio urbano, pidió salir los domingos. Pero le otorgaban sólo medio día, o sea, podía salir luego de limpiar y dejar la cocina lista. Quería conocer otros jóvenes y estudiar. Entonces alquiló una habitación en un hotel y una compañera le hizo ver la posibilidad de trabajar en casas de familia, pero por hora.
No tuvo mucha suerte al comienzo, porque cuando tomó la decisión de dejar la casa en la que estaba con cama, la chica que compartía la habitación le robó todo, incluso sus documentos. Sus expectativas de estudiar fueron dilatadas.
Sin embargo, Rosa seguía soñando con cumplir esa meta, aunque tenía que trabajar muchas horas en distintas casas de familia para sostenerse. Hizo una buena cadena de trabajo y logró mejorar de a poquito su condición económica.
Su familia, bastante alejada, en distancia y afectivamente, no la llamaba ni le escribía. Pero ella se comunicaba con su madre y, aun hoy, 15 años después de que llegó de Lima, la llama cada dos meses, para saber de ella y el resto de los suyos.
Por una amiga que vivía en el mismo hotel, conoció a Pablo. Se enamoró y decidieron irse los dos a estar bajo el mismo techo. De cualquier manera, ese techo no podía ser otro que el de un hotel, por la enorme dificultad que existe para comprar o incluso alquilar una vivienda.
Enseguida, llegó el primer hijo. Cuando nació el segundo, la carga familiar se hizo más pesada y Rosa tuvo salió a trabajar. Pero no sabía cómo hacer con un pequeño de dos años y una beba de apenas meses.
Por una vecina se enteró que FUNDAMIND recibía niños en su Centro Educativo, donde eran atendidos con amor y delicadeza todo el día. FUNDAMIND recibió a Nahuel, con dos añitos recién cumplidos, mientras su mamá consiguió trabajo en una casa de familia a la que podía ir a trabajar y llevar a su nena.
Rosa se llenó de felicidad al poder ayudar a su compañero. Nahuel pudo desarrollar su gran inteligencia, a través del estímulo y la paciencia de las docentes de FUNDAMIND. Al año siguiente, su hermanita Juana también pudo ingresar al Centro de la fundación.
Pronto la pareja tuvo cuatro niños más. Rosa trabajaba y tenía la tranquilidad de que sus hijos estaban muy bien cuidados. Todos los años llevaba a su nuevo hijo a FUNDAMIND. Así fueron creciendo y toda la familia pudo arreglárselas para vivir.
Quiebre
Esta historia tiene un punto en la que la felicidad empezó a quebrarse casi cotidianamente. Rosa siempre tenía problemas en los hoteles porque los niños eran muchos, las habitaciones pequeñas y los precios excesivos. Tenía problemas con los vecinos porque sus hijos lloraban o hacían ruido, con los encargados porque a veces se atrasaban en el pago del alquiler y también entre la familia, por falta de espacio o porque entre Rosa y su compañero no alcanzaban a cubrir -con lo que ganaban los dos- lo que sus hijos merecían: una vivienda digna, una alimentación correcta, el abrigo y vestimentas necesarias para todos los días.
En efecto, este año empezó siendo crítico para Rosa, en cuanto a la vivienda. Le pidieron que deje la habitación en la que vivía con su compañero y sus seis hijos. No encontraban dónde ir y, como no podían abandonar la habitación, el dueño les cortó la luz y el agua y los amenazaba todos los días con tirarles sus cosas a la calle.
Por no tener recibo ni contrato de alquiler no podían conseguir el subsidio habitacional. El padre de sus hijos sólo puede trabajar esporádicamente, debido a un glaucoma que le volvió inutilizable un ojo y puso al otro en el mismo camino.
Rosa no lograba dormir. Su compañero salía a buscar habitación pero no encontraba nada. No los aceptaban en ningún hotel y alquilar una casa era una posibilidad negada para ellos; a veces les pedían hasta seis meses por adelantado, al no tener garantía, más la comisión de la inmobiliaria, costos de elaboración del contrato y otros requerimientos usuales en este tipo de trámites.
Otra mirada, otra vida
En estas circunstancias, Rosa se refugió en FUNDAMIND, como hizo siempre que tuvo un problema grave. Esta vez, en medio de la desesperación y gracias a los esfuerzos compartidos con la fundación y con la madrina que la institución le asignó a su hijita que concurre al Centro Educativo, encontró la solución buscada.
La madrina, una persona voluntaria que colabora mensualmente con la fundación, se convirtió en un hada, ya que donó el dinero para pagar todo lo que pedía la inmobiliaria, con tal que Rosa pudiera alquilar una vivienda digna para toda su familia. Por primera vez, desde que está en Buenos Aires, fue a vivir a una casa alquilada -con escasísimos muebles y poca ropa-, pero solo para ella y su familia.
Desde ese día, Rosa tiene otra mirada, otra vida. De a poco va fortaleciéndose para enfrentar lo que venga, sean problemas en la salud de su marido o en el crecimiento de sus hijos.
Y hoy quiere utilizar este espacio para agradecer especialmente a su hada madrina, desearle que Dios la bendiga y compartir con todos los lectores su inmensa felicidad.
Y desde FUNDAMIND nos sumamos a este agradecimiento, que marco un antes y después en la vida de ROSA.