En el Centro de Primera Infancia (CPI) de FUNDAMIND hay alrededor de un 30% de los niños con serias dificultades en su desarrollo, en tanto llegaron más chicos con Trastorno del Espectro Autista que otros años y hubo que realizar más derivaciones a neurología.
Si bien la población infantil estuvo entre la menos afectada clínicamente por el virus que provocó la pandemia Covid-19, fue una de las que mayor impacto recibió en términos cognitivos y emocionales.
En efecto, se observa hoy un incremento en las dificultades para desarrollarse de parte de los niños de 1, 2 y 3 años que asisten al CPI de FUNDAMIND, en línea con lo que vienen advirtiendo especialistas y organizaciones especializadas en la temática.
Un 30% de los niños tiene serias dificultades en su desarrollo. Algunos llegaron con diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista, otros con derivación a neurología para ser diagnosticados y unos cuantos con un desarrollo no acorde a su edad, sin haber llegado -siquiera- a tener atención médica. Es la primera conclusión de un relevamiento realizado en la Fundación, que brinda educación, alimentación y talleres sobre cuidados y otros temas a 300 familias en situación de vulnerabilidad.
“El sistema público no puede dar respuesta a todas las demandas de atención porque el número de pediatras, fonoaudiólogos, psicopedagogos, psicólogos y terapistas ocupacionales es insuficiente. Entonces el CPI tiene que armar un dispositivo en cada salita para que los niños que corren o giran sobre sí mismos constantemente, aletean, gritan estrepitosamente, pegan, insultan o padecen de insomnio, logren vincularse positivamente con sus docentes y compañeros, coman, jueguen, incorporen hábitos, hablen y logren descansar a la hora de la siesta”, comenta la psicóloga Marisa Mujica, coordinadora del área sociocomunitaria de FUNDAMIND.
“Al mismo tiempo, debemos disponer otro dispositivo para establecer comunicación con madres y padres, con quienes intercambiamos opiniones, buscamos estrategias para lograr asistencia médica y -por sobre todo- tratamos de no perder oportunidades para el desarrollo saludable de los niños”, agrega.
Ya hace varios meses Unicef había advertido que la pandemia agravó la crisis de la atención y la educación: “Debido a la interrupción de las clases, los juegos con amigos y otras rutinas importantes para los niños, los comportamientos regresivos (un retroceso en ciertas habilidades que antes dominaban, como ir al baño o dormir, o las dificultades a la hora de controlar los sentimientos de ira, tristeza y ansiedad) se están volviendo cada vez más frecuentes”.
El diagnóstico fue confirmado por profesionales de la Asociación Española de Pediatría: “En los niños nacidos con el inicio de la pandemia se está detectando un aumento de los problemas del neurodesarrollo como retrasos del lenguaje, retrasos madurativos o síntomas de trastorno del espectro autista”.
Para conocer más de cerca este proceso, Unicef consultó a Nancy Close, doctora y profesora adjunta en el Centro de Estudios Infantiles de la Facultad de Medicina de Yale y directora adjunta del Programa de Yale sobre la Educación en Primera Infancia, quien habló de “un retroceso notable, superior a lo que suele considerarse adecuado en términos de desarrollo” y se refirió a “niños que dieron marcha atrás en el uso del lenguaje y que necesitan más ayuda de lo que es normal en esa edad en sus rutinas diarias”.
En pleno aislamiento, la observación era de niños “muy tristes por no poder estar con sus amigos o sus maestros”, lo cual provocaba reacciones y comportamientos “exagerados, ansiedad y frustración”.
De un día para el otro, no poder jugar más con sus amigos, ir a la plaza, al jardín o a la escuela, no poder ver a los abuelos u otros familiares, sumado a la angustia imperante en las pantallas de televisión, medios digitales y en el propio hogar, con la imagen del tapaboca en calles desiertas o centros de salud, no pudo si no generar efectos que aún perduran en los más pequeños.
Algunas fuentes hablan de hasta un 70% de chicos menores de tres años que demostraron retraso en consultas a psicólogos o pediatras durante y después del aislamiento, con serias dificultades en el lenguaje varios casos con Trastornos de Espectro Autista.
Un estudio publicado en el Journal of Child Neurology presentó una muestra de 114 niños con trastornos de desarrollo del lenguaje y se analizó la prevalencia de trastornos de conducta. Los resultados reflejaron que más de la mitad exhibieron dificultades conductuales; además, el aislamiento fue la conducta más frecuente, presente en el 65% de los niños de ese grupo.
“El cambio abrupto en las rutinas y hábitos es un factor desestabilizante para quienes presentan problemas comprensivos. La imposibilidad de compartir contextos de intercambio social; la escuela, la plaza o las salidas habituales suelen ser espacios de intercambio social útiles para estimular el lenguaje”, explicó Verónica Maggio, directora de la Diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil desde una perspectiva neurolingüística, de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.
En este contexto, el impacto de la pandemia en los adultos vino a complejizar el problema, lejos de resolverlo. “Los niños tienden a repetir o imitar el comportamiento de sus cuidadores, así que creo que los padres deben buscar ayuda para controlar su propio estrés, ya que esto, a su vez, puede contribuir al bienestar de sus hijos”, alertó Close. En efecto, los niños tienen una gran capacidad para percibir la preocupación de sus adultos responsables, quienes también atravesaron en soledad y con incertidumbre la peor época de la pandemia.
A pesar de todo, la especialista consultada por Unicef confía en “la motivación y la resiliencia que los niños tienen por naturaleza” para “ponerse al día”. En la misma línea, la pediatra especializada en Psiquiatría de la Infancia Gemma Ochando opinó que “la gran plasticidad neuronal de los niños permitirá que se puedan revertir estas situaciones en un porcentaje importante de ellos”.
ALERTA NARANJA
Consultamos a Andrea, del CPI San Juan Evangelista, ubicado en el barrio de La Boca, quien nos contó que la pandemia potenció algunas dificultades y puso al descubierto otras. “El retraso en el lenguaje es algo que se viene notando desde antes, en niños de cualquier condición, y que ahora vemos agravado”, ejemplificó.
Si bien la consigna es “no patologizar”, advierte que “hay que estar más atentos, escuchar a las familias y ver si no hay dificultades que tengan que ser tratadas por profesionales de la salud”.
La pandemia, claro está, trastocó hábitos familiares, provocó que niños muy chicos quedaran al cuidado de hermanos de nueve o diez años, que se alteraran las rutinas, y «lo que antes se acomodaba en un par de semanas de adaptación hoy son complicaciones que se prolongan en el tiempo«.
Niños que almuerzan a las cuatro de la tarde, que no ingieren más que leche materna hasta el año y medio, que no demuestran autonomía, que a los diez meses no logran sentarse, son algunas señales de alarma. “Si lo pensamos como un semáforo, estamos en amarillo, o si se quiere, anaranjado”.
VOLVER A EMPEZAR
El 2020 significó el silencio y la incertidumbre. El 2021 fue un ensayo de presencialidad. Los niños en burbujas despertaban tibias expectativas en las docentes, quienes ejercían un cuidado total y a la vez sutil, para que ellos pudieran aceptar un espacio distinto al de su casa y un compartir diferente, con desconocidos.
El fantasma del Covid amenazaba, exigía testeos y obligaba a cerrar porque de vez en cuando habitaba en un niño o una docente. Lentamente, con varios cierres y aislamientos interrumpiendo el aprendizaje, las docentes pudieron alcanzar algunos objetivos mínimos planteados para el ciclo 2021.
El 2022 llegó con noticias de descenso de circulación del COVID, pero con graves dificultades instaladas en las familias y los niños pequeños. Hubo decisiones de separación de parejas -sin poder concretarse por imposibilidad económica- y separaciones reales porque uno de los miembros de la pareja no podía volver al hogar por su trabajo.
Algunos se quedaron a vivir en un lugar cercano al trabajo o en el mismo lugar de trabajo, porque viajar era riesgo de contagio o porque el trabajo que desempeñaban era de alto riesgo para contraer Covid. Pérdidas y cambios de trabajo sumados a la enfermedad determinaron el lugar más conveniente para vivir para los responsables de familias y el “compartir familiar” se fue haciendo por videollamadas, en algunos casos, y, en otros, se diluyó por la distancia o la muerte.
El no tener un espacio y un tiempo en común originó -en las familias- una manera distinta de comunicarse y en algunos casos se convirtió en incomunicación. El aislamiento y la incomunicación se instalaron en la nueva manera de vivir. En ese medio crecieron y se desarrollaron los niños de uno, dos y tres años. Y los cuerpecitos de los que fueron llegando al CPI pesaban más por la ansiedad que traían que por la masa física en sí. Ansiedad y angustia anudadas en los pequeños cuerpos de los niños trabaron la posibilidad de expresión gestual y verbal.
Los llantos aparentemente sin sentido, el mutismo inusual, los rechazos sistemáticos de comida y las respiraciones agitadas se convirtieron en las modalidades cotidianas de expresión.
Hubo que dar respuestas. Y las dimos, junto con nuestras docentes, buscando día a día nuevas modalidades para construir una rutina que permitiera a los niños volver a adaptarse y aprender, como siempre, el ejercicio de sus derechos.
Marisa Mujica, psicóloga. Coordinadroa del área sociocomunitaria de FUNDAMIND.