Aunque oficie de argumento simplista en la contienda política, las carencias y desafíos del presente ponen en cuestión todo el abordaje de la niñez de un tiempo a esta parte e interpelan a la política y la sociedad argentina, de cara al futuro.
Los niños del 2001 son los jóvenes de hoy. Los niños de hoy son los que dentro de algunos años perfilarán cómo es la sociedad, la cultura y la política de nuestro país.
Así como en aquel entonces a la Argentina la sacudió una crisis que todavía tiene efectos sobre nosotros, es previsible que durante las próximas décadas se agraven los ya de por sí dramáticos indicadores de deterioro social, económico y cultural, si no se revierten la situación de los niños y niñas a lo largo y ancho de nuestro país.
En efecto, dos de cada tres niñas y niños en Argentina son pobres o están privados de derechos básicos como el acceso a la educación, la protección social, a una vivienda o un baño adecuado, al agua o a un hábitat seguro, según un informe de UNICEF.
El documento, publicado este año, se basa en datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC que muestran que el 51,5% de las niñas y niños son pobres por ingresos: viven en hogares cuyos ingresos no alcanzan para cubrir la canasta básica de alimentos y servicios.
Otra medición reciente, a cargo del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), indica que el nivel de pobreza monetaria entre los niños es del 61,6% y llega así a 8,2 millones de ellos. De todas maneras, la pobreza es más que la escasez de ingresos.
“Vivir las primeras etapas de la vida en la pobreza significa no asistir a la escuela o hacerlo con retraso, no tener acceso a servicios básicos, entre otras carencias. A 40 años del regreso de la democracia, en un contexto electoral, creemos que es fundamental que haya un consenso en toda la sociedad sobre la necesidad urgente de reducir progresivamente la pobreza en la niñez en todas sus dimensiones”. afirmó Luisa Brumana, Representante de Unicef Argentina.
Como lo venimos mostrando en sucesivos informes, existen también serias dificultades para que los más chicos accedan a servicios básicos como la educación y la salud.
Cada año, en FUNDAMIND la demanda de asistencia al Centro de Primera Infancia (CPI) excede la capacidad. Este tipo de dispositivos son cogestionados con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. También hay algún respaldo de áreas nacionales. Sin embargo, las posibilidades de sostener este servicio a la comunidad se vienen deteriorando y se calcula que solo en la Capital Federal unas 20 mil familias se quedan sin poder anotar a sus hijos en el nivel inicial.
En todos los niveles, la pandemia y el aislamiento significó un fuerte impacto en torno de la relación de los chicos con el ecosistema educativo.
Antes de la irrupción de la pandemia por COVID-19, el 95% de los y las adolescentes y jóvenes de entre 12 y 17 años asistían a la escuela, pero solo 7 de cada 10 jóvenes de los grandes centros urbanos habían finalizado la educación secundaria, según cifras difundidas por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec).
El problema es que el regreso a las aulas se dio en condiciones educativas, económicas y sociales deterioradas, de acuerdo con un estudio de este mismo centro de investigación. “El abandono escolar es el resultado de un proceso, más que una decisión ante un evento particular, en el que intervienen múltiples factores. Las investigaciones señalan que uno de los factores más importantes que anticipan este fenómeno es el desempeño académico. El escenario de estudiantes con menores niveles de aprendizajes, particularmente en grupos de mayor vulnerabilidad, será propicio para la existencia de mayores niveles de abandono escolar”, advierte el Cippec.
Respecto de la atención sanitaria, hace algunos meses reflejamos la dificultad por la que atraviesan muchas familias ante las largas demoras para conseguir turnos. Consultamos a Ángela Nakab, especialista en Pediatría y Adolescencia (matrícula nacional N°68722), jefa del Hospital de Día Polivalente del Elizalde (Casa Cuna). “Hay un gran aumento de la demanda por cuestiones estacionales y los servicios se saturan. Hay cargos que no se cubren y la cantidad de profesionales va a ir decreciendo porque cada vez menos gente se postula a la pediatría porque exige muchas horas de dedicación y bajos honorarios”.
Lo cierto es que, además de patologías estacionales y afecciones respiratorias que de momento se vuelven más persistentes, existen también otras cuestiones que merecen tratamientos más prolongados y específicos, relacionados con trastornos que serían propios de chicos nacidos y criados en pandemia.
En FUNDAMIND se verificó que en el último tiempo hay más cantidad de niños con problemas de aprendizaje, del habla o motrices. Concretamente, a la vuelta de la cuarentena en el CPI de FUNDAMIND hubo un 30% de los chicos con serias dificultades en su desarrollo, en tanto llegaron más chicos con Trastorno del Espectro Autista (TEA) que otros años y hubo que realizar más derivaciones a neurología.
Pediatras y especialistas consultados por FUNDAMIND también advirtieron que la pandemia y el encierro impactaron en un aumento de la violencia intrafamiliar. El caso de Lucio Dupuy fue quizá el más dramático que se conoció públicamente, pero no el único. En organizaciones como FUNDAMIND se realizan talleres para prevenir y atender posibles situaciones de violencia que afectan o tienen como víctimas directas a niños y niñas dentro y fuera del hogar.
En efecto, en momentos de fuertes dificultades como fue la pandemia pero también la incesante carestía de la canasta básica, la falta de acceso al hábitat, la insuficiencia de vacantes en distintos niveles educativos o el estrangulamiento de la atención pediátrica en todo el sistema de salud, las organizaciones de la comunidad resultan indispensables en este escenario.
“En FUNDAMIND trabajamos desde hace 33 años en la asistencia de la primera infancia. Hemos pasado distintos momentos. Siempre las familias más vulnerables necesitan de la proximidad de muchos servicios que el Estado no les da y el mercado les niega por falta de recursos. Hoy se ve que la pandemia golpeó a muchos hogares y la situación general hace que no puedan terminar de recuperarse. No se avizora tampoco en el corto o mediano plazo que la clase política y como sociedad en general estemos haciendo lo suficiente para revertir de forma urgente las carencias de la niñez. Es más, los resultados de las recientes elecciones incrementa nuestra incertidumbre y nos pone en alerta, frente a las promesas de reforma brutal del estado, mercantilización de los derechos adquiridos y el salvase quien pueda¨, advierte Gerardo Mitre, psicólogo y Presidente de FUNDAMIND.
Al Centro de Primera Infancia de FUNDAMIND asisten unos 200 chicos de 45 días a 3 años. Allí reciben educación, alimentación y cuidados, en tanto muchas familias reciben viandas y bolsones alimentarios, mientras participan de talleres que las ayudan a fortalecerse y salir adelante.
Todo resulta insuficiente cuando el panorama general es tan desolador, como lo muestran los números expuestos antes. Mientras tanto, sin estas organizaciones las familias y sus integrantes más pequeños, más indefensos y que son a su vez la semilla del futuro, estarían directamente desamparadas.
LA NIÑEZ EN CIFRAS
- 8,8 millones de niñas y niños (menores de 14 años) experimentan carencias monetarias o de algunos de los derechos fundamentales.
- 3,7 millones enfrentan ambos tipos de privaciones simultáneamente.
- 3 de cada 10 chicas y chicos viven en hogares con ingresos insuficientes y, al mismo tiempo, tienen al menos un derecho básico vulnerado.
- Del segundo semestre del 2017 a igual período de 2022, en los 31 principales aglomerados urbanos del país los números empeoraron.
- En algunos, la tasa de pobreza se duplicó y en otros subió más de 25 puntos porcentuales.
- La zona con menor índice de niños pobres es Ciudad de Buenos Aires, pero aún ahí la tasa llega al 28,2 por ciento.