La historia de Clarita no se puede contar separada de la de su mamá: Cristina.
A Cristina la conocimos gracias a la solidaridad de una de las mujeres que recurren a FUNDAMIND en busca de contención y sostén. Mujeres que no pueden dejar de pensar en el “otro” que necesita ayuda.
Cristina llegó a FUNDAMIND, llorando. Durante varias sesiones psicológicas, el llanto hizo confusas sus expresiones.
Cristina venía a sesión con su pequeña Clara de nueve meses, a quien no podía dejar en ningún lugar porque sus otras dos hijas estaban ocupadas, una trabajando y la otra estudiando.
Tantos años de ejercicio de la psicología y análisis personal nos fueron útiles para ayudar a Cristina a mejorar la claridad de su expresión, ir superando el sufrimiento y especialmente, su último gran dolor: Clarita es hija de una violación. Cristina fue a acompañar a su hija de 11 años a un cumpleaños. Al finalizar la fiestita, fueron a esperar el colectivo para regresar a la casa. Mientras esperaban, dos hombres se abalanzaron sobre la niña. Cristina se interpuso y fue violada cruelmente en presencia de su hija.
La historia de dolor, abuso y sufrimiento no comenzaron en este momento para Cristina, sino que son una constante que ha signado su vida.
Su madre la abandonó y fue criada por una señora a la que ella hoy llama mamá y quiere muchísimo. Pero esta señora adoptó a Cristina con la idea de obtener ayuda en los trabajos del hogar en el campo: acarrear leña, hacharla, traer agua a la madrugada, lavar la ropa en el río, asear a la abuela inmovilizada, etc.
A los 14 años, Cristina fue entregada por su madre adoptiva, a un señor mayor. Este esposo adquirido sin decisión propia, la golpeaba y a veces la encerraba, como castigo por no hacer las tareas de la casa como a él le gustaba.
Los sentimientos de hartazgo y desesperación hicieron que Cristina, un día, escapara de esa situación nefasta, dejando a las niñas mayores en la casa de su madre adoptiva, quien debido a su edad, había adquirido algo de sensibilidad con respecto a los niños.
El punto de destino de Cristina fue una localidad del Gran Buenos Aires, que ni su nombre registraba. No conocía dónde estaba. Sólo sabía que quería trabajar y lo logró. Envió dinero a su madre para la crianza de las niñas, hasta que consiguió traerlas a Buenos Aires. Siempre trabajó y encontró la manera de salir adelante, hasta que la vida la enfrentó al embarazo por violación.
El stress, la depresión, la angustia, hicieron que ella enfermara: su presión, su colesterol, su corazón se desequilibraron y además desarrolló cáncer de mama. Los médicos recurrieron a tratamientos que incluyeron cirugía y quimioterapia. Actualmente no puede concluir con las sesiones de quimioterapia correspondientes porque la gripe y la alergia la llevaron a guardar reposo. Tiene pendientes una cirugía de vesícula y una de útero.
Pero en el dolor cotidiano, para Cristina hoy hay una alegría constante: la vida de Clara, que cumplió 2 años el 22 en febrero e ingresó al Centro Materno Infantil de FUNDAMIND.
Cristina observa los progresos de Clara, se alegra con sus expresiones coloquiales, con sus juegos, con su solicitud de comidas, sus deseos de ir a jugar y pasear. “Clara me mantiene viva” dice todos los días.
La escasez económica no la vence, al contrario, Cristina -aunque está enferma- hace dulces, teje, vende algunas cosas “de segunda” y no renuncia a la vida. Pone ganas y voluntad como la mejor. Y aun tiene tiempo para acordarse de otros que necesitan. Su fe y solidaridad hacen que la gente la quiera y se solidarice con ella.
Confiamos que la enfermedad es un estado de desarmonía y se supera. Que el cuerpo es finito pero no todavía para Cristina, porque es joven, desea vivir, la inocencia de Clara requiere su protección, sus demás hijas la quieren y la necesitan, sus vecinos la aprecian, los profesionales médicos y psicólogos que la atendemos deseamos, de corazón, su curación.
Siempre hay algo que podemos hacer por el otro, mas allá de la situación que estemos viviendo.