El deporte forma en valores, ayuda a crecer sanos y enseña a comportarse en el triunfo y en la derrota. Sin embargo, las presiones excesivas de los adultos juegan en contra. ¿Cómo acompañar estas actividades en la infancia para que sean un disfrute y no se vuelquen allí todas las frustraciones?
Es un chico apocado, de andar inquieto cuando no tiene que estar sentado frente al pizarrón. Es correcto y simpático con algunas personas mayores pero a veces despliega su rebeldía. Sobre todo, cuando tiene la pelota en sus pies. A lo cuatro años juega su primer partido, invitado por un entrenador de fútbol infantil vecino de la familia. Después de superar algunos traumas, se convertirá en el mejor del mundo.
Es la historia en pocas palabras de Leonel Messi quien, a pesar de las críticas por no haber levantado –todavía- una copa mundial con la Selección, es un modelo de éxito. Miles de pibes de distintas edades y clases sociales, en Argentina y otros lugares del mundo, llevan su nombre en la espalda. Ganador de cinco balones de oro, factura alrededor de 70 millones de dólares por año sólo por contratos deportivos y publicitarios. Hay que sumar premios e inversiones que el propio jugador y familia realizan para acrecentar su fortuna.
Más allá de las críticas circunstanciales de los adultos, todos los chicos quieren ser Messi ¿Ahora, más allá de este caso de éxito, es un modelo a seguir desde los primeros años? ¿Acaso el deporte en la infancia debe ser formativo, antes que competitivo? ¿Cuánto exigen los adultos, volcando sobre los niños la presión de ganar a cualquier costo?
Estrés excesivo, extenuación física, trastornos de alimentación y problemas de ansiedad son algunas de las consecuencias que puede sufrir un chico o una chica sometida a demasiada presión. Por el contrario, el deporte debe enseñar “a competir, a cooperar y a adaptarse a reglas específicas, a inculcar el respeto por el rival, a favorecer el desarrollo de la voluntad y de la autosuperación, aumentar la tolerancia a la frustración y otorgar las primeras experiencias de fracaso y de triunfo”, señala Marcelo Roffé, vicepresidente de la Asociación de Psicología del Deporte Argentina (APDA).
Autor del libro Mi hijo el campeón, afirma que “el problema de los niños somos los adultos”. Según su mirada, a los chicos “los malogramos tanto como padres, para que realicen nuestro propio sueño frustrado o nos salven económicamente, o como entrenadores, al destruir el placer lúdico con metas altas que apuntan al alto rendimiento”.
“Hoy se juega menos, se disfruta menos y se aprende menos, pues cada día el triunfo, obtenido a cualquier precio, es el único valor sustentable. Poder disfrutar del deporte, a través del juego, pasó a ser un pensamiento naif y descolgado de la realidad”, es el diagnóstico que realiza en el libro Roffé junto a Alfredo Fellini y Nelly Giscafre, otros dos profesionales con experiencia en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard).
¿Cuáles son, entonces, los consejos para que los adultos ayuden a los chicos a disfrutar del deporte? No confundir implicarse en el deporte del niño con presionarlo; planificar bien los horarios, dado que el niño prioriza siempre lo que más le gusta y quiere entrenar o competir más que estudiar o compartir tiempo familiar; regular las expectativas en relación al futuro deportivo del niño, por más que sea bueno técnicamente, regulando de paso las expectativas de los propios adultos.
Un entrenador, un profesor, un preparador físico o cualquier otro adulto que comparta estas actividades con niños tiene un rol clave, porque se encuentra con la oportunidad cotidiana de transmitir valores fundamentales y habilidades para la vida. “Un niño, una pelota y un adulto que guíe son suficientes para generar situaciones de aprendizaje”, resume Unicef en un manual de recomendaciones elaborado junto al Club de Amigos bajo el título Si jugamos juntos, ganamos todos.
Además, es importante resaltar la importancia de la práctica deportiva por sobre la competencia; no criticar las decisiones del entrenador delante del niño; destacar la importancia de la práctica deportiva sobre los resultados; y por supuesto, apoyarlos siempre, cuando las cosas van bien y cuando acaecen las derrotas.
Después de todo, hasta Messi tuvo que superar obstáculos. Para llegar a la cima, debió sobreponerse a un diagnóstico de alteración hormonal que le dificultaba el crecimiento y, aceptado para hacer un tratamiento y formarse en Barcelona, debió quedarse solo allí a los 11 años, lejos de los suyos y de su Rosario natal.
Priorizar los valores y el crecimiento sano
Ahora bien, cómo empezar con los más pequeños es toda una inquietud para los adultos que quieren iniciarlos en la práctica deportiva. A los 2 años muchos ya son habituales nadadores, por ejemplo. Se sabe que los seres humanos nos desenvolvemos naturalmente en el medio acuático hasta que… ¡nacemos! Entonces es necesario volver a familiarizarse rápidamente con el agua y crecer sin tenerle miedo.
Más allá de este ejercicio, que pueden seguir como práctica competitiva cuando sean más grandes, es recomendable que también en el ámbito de la casa y del jardín hagan juegos que estimulen desde temprano su piscomotricidad y, sobre todo, que aprendan a jugar con sus pares. Actividades como andar en bicicleta son divertidas, conectan a los niños con los adultos y les brindan, además, un medio de movilidad sano y sustentable para el resto de su vida.
Juegos, deportes, desplazamientos, actividades recreativas, educación física o ejercicios programados, en el contexto de la familia, la escuela o las actividades comunitarias, son las prácticas que ayudan desde los primeros años a crecer sanos y a prevenir enfermedades como la obesidad, reducir la presión arterial, aumentar el nivel del colesterol bueno, reducir el riesgo de diabetes tipo 2 y de algunos cánceres, según la Sociedad Argentina de Lucha contra el Sedentarismo.
A partir de los 4 ó 5 años, pueden ser involucrados en deportes con mayor constancia y apetencia de resultados. Así sean individuales como el tenis, el ciclismo o el atletismo, o colectivos como el fútbol, el rugby, el básquet o el hockey, la clave pasa por priorizar los valores formativos y el crecimiento sano. Con esa base, cada chico le agregará competitividad y resultados para ser un deportista que, sin llegar necesariamente al éxito con mayúsculas, se sienta exitoso con lo que hace y sea valorado por su entorno.
- La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los chicos inviertan como mínimo 60 minutos diarios en actividades físicas de intensidad moderada a vigorosa.
- Naciones Unidas reconoce la contribución del deporte «al desarrollo y a la paz en cuánto a su promoción de la tolerancia y el respeto y los que aporta al empoderamiento de las mujeres y los jóvenes, tanto a nivel individual como comunitario, así como a la salud, la educación y la inclusión social”.
- La Ley (Nº 27.197) de Lucha contra el Sedentarismo apunta a la «prevención de enfermedades crónicas no transmisibles y de aquellas que ayuden al bienestar total de la persona, desde la niñez y la adolescencia».
- La Convención Internacional sobre los Derechos de la Niñez establece “el derecho del niño al descanso y el esparcimiento,al juego y a las actividades recreativas propias de su edad”
- La Ley (Nº 26.061) de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes postula en su artículo 20 el derecho al deporte y al juego recreativo así como la responsabilidad del Estado de establecer programas que garanticen este derecho y programas específicos para aquellos niños y niñas con discapacidades.
“El deporte genera compañerismo y amistad;
te enseña a superar adversidades y te muestra
que la violencia nunca es el camino.
Estos valores te hacen crecer como deportista
y también como persona.”
Leo Messi, embajador de Buena Voluntad de UNICEF