Organizaciones como FUNDAMIND atienden diariamente a cientos de chicos y familias que necesitan asistencia alimentaria, mientras en todo el país la pobreza afecta a la mitad de la población infantil.
En el Centro de Primera infancia de FUNDAMIND, en el barrio de Balvanera, son alimentados diariamente 200 chicos y chicas de entre 1 y 3 años y son entregados 400 viandas y 100 alimentos no perecederos a familias en situación de vulnerabilidad social.
“FUNDAMIND ha sido, desde los primeros días de su vida institucional, un refugio para los que tienen hambre y son vulnerados en sus derechos. En 1990, iniciamos nuestra tarea de entregar alimentos, sin ningún financiamiento cierto. Lo hicimos con aportes voluntarios fluctuantes en cantidad y calidad”, explica Marisa Mujica, coordinadora socio comunitaria de la fundación.
“La gente tocaba la puerta del Centro Maternal y decía ¿Tienen algo? y por la solidaridad de empresas, amigos, vecinos y parientes nunca dejamos de dar algo. Siempre encontramos quien nos eligiera como centro de distribución de comida, tanto para solicitarla como para aportarla.”
Muchas personalidades también ponen su granito de arena. Flavio Mendoza, padrino de la fundación, la puso en primer plano en Bailando por un Sueño, hace algunos años.
En el certamen de este año, Luciana Salazar está representando el nuevo sueño de FUNDAMIND: asegurar 1200 litros de leche mensual por un añopara abastecer el consumo de todos los niños atendidos en la institución.
“La demanda hoy es voraz. La escucha de los motivos de solicitud nos genera sentimientos dolorosos. Pasado el difícil momento cotidiano del intercambio con los más pobres que piden comida, nos sentimos impulsados a generar nuevas estrategias positivas para lograr satisfacer sus necesidades”, señala Mujica.
Uno de los casos es el de Lidia, madre de dos chicos y una de las miles de desempleadas que hoy hacen changas para sobrevivir en una de las comunas más castigadas de la Ciudad, donde muchas familias viven en condiciones irregulares.
Como muchas vecinas, vino de joven a la gran ciudad, procedente del Norte del país. Sufre severos trastornos digestivos y cada vez que cuenta a los médicos qué es lo que siente, recuerda el fuerte y triste dolor de estómago del hambre de la “mala cosecha”.
Es que, cuando era niña, de la edad que ahora tienen sus hijos, sufría los vaivenes a los que era sometido ese peón rural que era su padre. Él trabajaba hasta 12 horas por día pero muchas veces tampoco así alcanzaba.
Lidia recuerda dolores de cintura punzantes y un vacío en el estómagomuchas mañanas, hasta que comía algo en la escuela, aunque no siempre podía caminar los 6 kilómetros que la separaban del aula.
No es menos lo que camina muchos días actualmente, en la selva de cemento, para tratar de que sus hijos no sufran lo que ella sufrió. Ellos tienen la posibilidad de asistir al CPI de Fundamind, donde reciben diariamente tres comidas, además de cuidado y educación.
Ella muchas veces retira viandas y, mientras tanto, la sigue luchando, contra todas las injusticias y a pesar de la falta de oportunidades, buscando la cosecha propia que le permita alimentar a su familia.
El contexto a nivel nacional es verdaderamente crítico. El 51,7 % de los chicos vive en la pobreza y tres de cada diez pasa hambre, según el informe Infancias. Progresos y retrocesos en clave de desigualdad, que dio a conocer el Observatorio de la Deuda Social de la UCA.
El trabajo publicado en la últimas horas muestra que creció seis puntos la cantidad de chicos con déficit de al menos un nutriente esencial para su desarrollo, mientras que el 14,9 por ciento comió menos de cuatro veces por día.
Por lo tanto, concluye que el riesgo alimentario en la infancia se incrementó un 35 por ciento en el último período interanual. En total, son 1.6 millones de niños y adolescentes quienes se ven privados de al menos una comida diaria, en general, la cena.
Algunos meses antes, Unicef ya había adelantado que la pobreza afecta a casi la mitad de la población infantil. Esto no sólo habla de las dificultades de sus familias para garantizar la comida necesaria todos los días si no malas condiciones habitacionales y falta de acceso a una educación y salud de calidad.
La gravedad de la situación se puede cotejar, también, con las estadísticas del INDEC, que indicaron hace algunas semanas que el 46,8 por ciento de los chicos de menos de 14 años vive en situación de pobreza. Dentro de ese universo el 10 por ciento vive en la indigencia.
Luego de conocerse ese dato, Leopoldo Tornarolli, investigador del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, advirtió que existe un proceso de “infantilización de la pobreza”. En otras palabras, “cuando una familia tiene un nuevo hijo, el mismo ingreso del hogar ahora se divide entre más miembros y eso puede hacer que el hogar caiga en la pobreza”.
Es que, además de multidimensional, la pobreza se vuelve intergeneracional. Es decir, los niños la heredan y no pueden salir de ella. Muchos son empujados a trabajar, abandonan la escuela y se ven condenados a la informalidad y una baja percepción de ingresos durante el resto de su vida. En esas condiciones, tampoco pueden gozar de prestaciones de salud adecuadas.
Para Jorge Paz, investigador del Conicet y asesor de Unicef, “los que nacen en la pobreza tienen alta probabilidad de ser pobres cuando son adultos, porque tienen una educación deficiente, una salud que no es la mejor, probabilidad de embarazos tempranos, una alimentación insuficiente, y eso los pone en desventaja en la etapa de desarrollo y al ingresar al mercado de trabajo cuando son adultos”.
Esto ocurre a pesar de que en más de 2 millones de hogares es percibido un total de casi 4 millones de asignaciones universales por hijo (AUH). El monto es de $2.652, de los cuales el 80% ($2.121.60) se percibe todos los meses y el 20% acumulado contra la presentación de la Libreta Nacional de Seguridad Social, Salud y Educación y Declaración Jurada del Adulto Responsable.
Tal como precisó el periodista Ismael Bermúdez en una nota publicada en Clarín, un matrimonio desempleado con 2 hijos percibe $ 5.304 (incluyendo el 20% de escolaridad y salud), cuando la canasta básica de pobreza para una familia tipo en marzo ascendió a $ 28.750,94 y la canasta básica alimentaria a 11.640,06.
A eso debe sumarse la alta inflación y los índices crecientes de desempleo y subempleo, que complican aún más a las familias más empobrecidas.
En la Agenda 2030, donde están planteados 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, la ONU llama a “poner fin a todas las formas de malnutrición, incluso logrando, a más tardar en 2025, las metas convenidas internacionalmente sobre el retraso del crecimiento y la emaciación de los niños menores de 5 años”.
En efecto, fin de la pobreza y hambre cero son los dos primeros objetivos enunciados dentro de esa agenda. Si bien afectan a personas de todas las edades, ambas injusticias golpean duro a los niños y niñas.
“Mirando para adelante, si se quiere cumplir esos objetivos de acá a diez años, atender a la infancia debería ser urgente. Porque la desnutrición y malnutrición en los primeros años, además, dejan secuelas irreversibles”, concluye Gerardo Mitre, presidente de Fundamind.
El hambre es un vacío que provoca dolor. Es el producto de la pésima distribución de los recursos alimenticios. Es un vacío terriblemente doloroso que desnutre, mata y desata la locura reprimida que guardamos en el inconsciente. Es producto de la deuda que tienen los poderosos con sus hermanos de especie, de raza, de nacionalidad, de vecindad, de creencias y de religión. Como mandamiento está incluido en el NO MATARAS, pero como las muertes provocadas por el hambre no se adjudican a personas determinadas sino a gobiernos o estados, nadie es juzgado por ocasionarlas y el desequilibrio en el reparto de la comida es tan letal como las guerras, por cuyos crímenes pocas veces fueron juzgados sus diseñadores.
El hambre de muchos es pecado de unos cuantos que –posiblemente- nunca lo padecieron y tampoco tienen en cuenta que el aire del estómago –como decía Cervantes- sube e infla el cerebro, desatando locura. Y hoy esa locura está claramente manifiesta en el consumo de sustancias potencialmente tóxicas y la furia de los actos delictivos. Quienes generan e impulsan el consumo de las mismas aumentan el vacío -que inicialmente generaron el hambre de comida, de afecto y comunicación-.
El llanto de un/a niño/a con hambre, es tal vez, el más conmovedor; pasa del grito al silencio por fatiga y cuando los adultos no tenemos comida, solemos sumirnos en el mismo estado de dolor y desgano. El hambre crónico es el origen de innumerables patologías. No permitamos que nos ganen el cansancio ni las enfermedades producto del hambre y logren callar nuestros reclamos para que desaparezca -alguna vez- de nuestro planeta. El mundo sensible está esperando sonrisas de satisfacción por saciedad. Está esperando la construcción de una ética y una estética en que el hambre no tenga lugar.
En la medida de lo posible, seamos solidarios y renovemos nuestro compromiso con quienes padecen vacío de estómago, provocado por la falta de comida que a otros le sobra.
Marisa Mujica, directora del Área Sociocomunitaria de Fundamind.
ODS 1: Fin de la pobreza
De aquí a 2030, reducir al menos a la mitad la proporción de hombres, mujeres y niños de todas las edades que viven en la pobreza en todas sus dimensiones.
ODS 2:Hambre Cero
De aquí a 2030, poner fin al hambre y asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las personas en situaciones de vulnerabilidad, incluidos los niños menores de 1 año, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año